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En un mundo distópico, un condenado a muerte intenta salvar su pellejo llevando a cabo una misión para el dueño de la ciudad: rescatar a su protegida. Eso lo tenemos claro. El gran jefe resulta ser muy malo y la chica en realidad se había escapado de él. Eso también. Pero ya cuando entra en juego la civilización rebelde de las afueras y los vaqueros empiezan a disparar y los samuráis sacan sus katanas, la cosa empieza a desvariar. Y ese no sería un problema, muchas películas juegan con el surrealismo y se llevarían nuestro aplauso. Pero este no es el caso.

Todo empieza guay, con una primera escena que te atrapa. La ambientación resulta de lo más interesante y atrayente, con escenarios icónicos del viejo oeste pero un color poco habitual. Nicolas Cage cumple bien, aunque lejos de una Sofia Boutella imponente. La densidad inicial de la narración se va convirtiendo en un ritmo frenético y el argumento tiene muchos puntos interesantes.

Sin embargo, por algún motivo, te acabas aburriendo de que las cosas se pongan cada vez más raras y terminas pensando “¿qué acabo de ver?”. Quizás sea esa combinación de interpretación asiática y de spaghetti western, que parece que los diferentes personajes no estén siendo testigos de la misma situación, como ocurre con casi todas las intervenciones de Yuzuka Nakaya. Eso te saca por completo de la historia. 

O esas interferencias de excentricidad extrema y violencia, insuficientes para marcar el tono en la película. Tampoco ayudan los continuos cambios de ritmo. Ni que más allá de la trama principal, los temas paralelos del argumento pierdan toda la fuerza. Pero al final, acabas desconectando de lo que está pasando y te quedas con un sabor de boca raro, de aquello que pudo ser, pero no fue.

BALDÓMETRO: 2/5 Mala