Con meticulosidad y paciencia, Wim Wenders nos enseña en su última película todo lo bonito que nos rodea. El mensaje es claro, hay que disfrutar de las pequeñas cosas, cada pequeño detalle de nuestra vida contiene su parte bella, aunque la inmensa mayoría lo pase por alto.
Perfect Days propone un estilo de vida que se aleja del ideal occidental, el cual se cimenta en la búsqueda de emociones fuertes y constante cambio. Ubicada en una Tokio masificada pero hermosa, el protagonista mantiene una sencilla rutina. Se levanta pronto, va a trabajar, limpia retretes, come, saca unas fotos en un parque, lee y se va a dormir. Así procede día tras otro con poca alteración, salvo ciertos encuentros que muestran un poco del pasado de nuestro inusual héroe.
Con escasa emoción y mucha calma se construye poco a poco una imagen preciosa, empezamos a apreciar esos pequeños movimientos, la limpieza, las fotos, los árboles, todo cobra cierta aura de pureza.
La actuación de Koji Yakusho establece un diálogo directo actor-cámara, de forma que la historia avanza sutilmente a través de sus gestos y sus escasos diálogos. Esto se suma a un entorno muy bien caracterizado, la imagen de la ciudad, sus rincones, sus puentes, son la suma de un todo que mantiene el pulso de la narración.
Se trata de una película muy lineal, cocida a fuego lento y con poco margen de sorpresa, no apta para públicos impacientes. Sin embargo, tiene su recompensa, la calidad de las imágenes junto a una excelente actuación hacen que el film fluya plácidamente, resultando en una grata experiencia que nos hace replantear si realmente necesitamos para ser felices todo eso que ansiamos con tanto ahínco.
BALDÓMETRO: 3/5 No está mal